jueves, 17 de junio de 2010

El sueño del Sultán


No podemos precisar con certeza a partir de cuando irrumpieron esas imágenes por primera vez en sus sueños; quizá desde siempre; quizá desde que las plazas de Belgrado y Salankemen sucumbieron ante sus hombres; quizá al presenciar el horror de aquellos ojos ceniza que sintieron el acero frío de Solimán en sus entrañas.
Una noche de luna nueva en que (como tantas otras), se resistía a ceder ante los designios del sueño para evitar dar vida al conquistador, comprendió que su existencia alimentaba la del Sultán otomano, y viceversa; llegando a la terrible conclusión de que ellos dos eran la misma persona. En la soledad de la noche, agradeció al hijo de Abdallah por aquella revelación, y decidió emprender viaje hasta las infranqueables murallas de Estambul, para dar fin a aquella existencia atroz; pero lo que el desconocía era que Solimán sabia de su existencia, y hacia años que andaba tras su rastro sin otro fin que dar muerte a ese despreciable mercader damasceno que tanto perturbaba su sueño.
Confiado en el anonimato que le confería su turbante, y en el fabuloso parecido físico, no le extrañó cruzar sin dificultades la puerta de Andrinópolis llegando hasta los aposentos del sultán. Lo halló en penumbras, durmiendo un sueño de niño, lo descubrió vulnerable como jamás nadie lo había visto. Ávido de poder, cegado por ocupar su lugar y el dominio de las tierras, resolvió eliminarlo; pero Solimán el grande lo había soñado en la clandestinidad de la noche, cruzando el Trigris a bordo de una kufa, y así habría ordenado que la guardia le permitiese llegar hasta donde ahora se encontraba.
El mercader abrigó en su vientre la hoja fatal del puñal de su victima, antes de comprender que el sultán no dormía.

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