jueves, 2 de diciembre de 2010

Al juego de la silla



El ómnibus iba lleno como suele ir a esas horas de la tarde. Como mucha otra gente, viajaba de pie cuando la señora de negro se levantó dispuesta a bajarse, dejando un lugar disponible a mi alcance. En ese instante, me encontré con la mirada de un hombre que estaba parado a mi lado. Ambos nos observamos y descubrimos en el otro la intención de lanzarnos sobre aquel asiento, conscientes de que solo uno podría alcanzarlo.

Entonces recordé cuando de niño solía jugar en los cumpleaños al juego de la silla. Un montón de chuiquillos caminando en círculo, en torno a un montón de sillas agrupadas, conscientes de que la música podía detenerse en cualquier momento y que deberíamos correr a ocupar una silla, ya que no habría lugar para uno de nosotros, por lo que indefectiblemente alguien quedaría excluido del juego.

De alguna manera obscura y secreta, aquel juego se repite hasta nuestros días; ha logrado instaurarse casi imperceptiblemente a lo largo de nuestra vida. Vivimos en un sistema que por naturaleza tiende a no tener sillas para todos, que nos empuja en una carrera desesperada por no quedarnos afuera del juego, nos tiene caminando en círculos, preocupados y conscientes de que la música puede detenerse en cualquier momento y que deberemos correr y a empujones hacer lo posible por conseguir un lugar que nos permita seguir en carrera.

Irónicamente y a pesar de lo perverso del sistema, podemos sentirnos orgullosos y brindar en banquetes mientras nos jactamos de la eficiencia del mismo, si conseguimos que solo algunos cientos de miles queden por fuera del juego.

Me sorprende que sigamos jugando con el mismo grado de inmadurez que cuando éramos solo unos niños, sin importarnos, realmente, aquellos que van quedando sin lugar, me sorprende la falta de cuestionamiento y de solidaridad, ya que en lugar de continuar con esta carrera absurda, deberíamos detener la marcha y hallar la forma de jugar un juego que no tenga por principio la eliminación de aquellos que en el participan.

domingo, 31 de octubre de 2010

Los Hombres Justos





Pienso en “los hombres justos” como en una utopía, como un ideal que está por encima incluso de los hombres honestos o de esos hombres que, como dice Bretch, por luchar toda su vida, se vuelven imprescindibles para la sociedad.

Mi amigo Alfredo decía con aflicción, “…los hombres justos no sé que harán, pero que ayuden a tu cuñado, ay… María Pilar…”

La idea de un hombre justo, superior, desarrollado y perfecto espiritual, moral e intelectualmente, es un concepto filosófico tratado en reiteradas oportunidades. Las distintas elaboraciones dialécticas, difieren según las distintas tendencias históricas, religiosas y políticas.

Procurando una elucubración objetiva y desprovista de cualquier incidencia ideológica, intento concebir al hombre justo como algo abstracto, como un ideal, fuente de inspiración y de modelo al que deberíamos remitirnos, procurando alcanzarlo a través de nuestra elevación espiritual e intelectual.

Parece imposible, ser enteramente ese hombre justo, uno puede ser noble, puede actuar de manera justa, pero ¿estamos seguros de haber actuado siembre con sabiduría, sin haber cometido un error o una injusticia? Las relaciones sociales son tan complejas, la vida nos ofrece una gama tan amplia de elecciones, que en el ejercicio de nuestro libre albedrío parece difícil, sino imposible, estar seguros de que habremos de actuar siempre con justicia y sin errores.

Me rehúso a pensar que es justo aquel que pudiendo ser injusto decide no serlo; del mismo modo, comprendo que puede ocurrir que sufra más quien comete una injusticia que quien la recibe, pero creo menester ser tajante y separar claramente uno de los otros.

En estos tiempos en que todo es banal y confuso, en que parece que no quedan certezas y da la sensación de que todo es válido y relativo, entiendo imprescindible comprender la obligación moral que cargamos, ser conscientes del desafío implícito que existe en cada decisión que tomamos, entre escoger el camino más fácil o el camino que nos lleva a la construcción diaria de ese hombre justo que reside en nosotros.

miércoles, 6 de octubre de 2010

De a poco para que no se note


Siempre me ha preocupado un hecho que acontece a diario en la sociedad, y es como pueden generarse grandes cambios (de aquellos que perjudican a la gente) si son introducidos gradualmente. Cambios que si se produjeran de un modo más radical provocarían un rechazo de inmediato, que impediría por completo su continuidad o fijación, pero que al ser insertados de una manera dosificada, consiguen ir introduciéndose en la sociedad hasta que ya es demasiado tarde para impedirlo o lo que es aún peor, terminan siendo asimilados como algo natural.

Seguramente los psicólogos sepan explicar o fundamentar con alguna doctrina este acontecimiento; pero si nos aventuramos un poco en el tema, podemos advertir algunas cuestiones, como lo innecesario de esto si el cambio en cuestión fuera un cambio positivo, ya que podría darse de un momento a otro que la gente lo asimilaría de buena manera, sin necesidad de tiempo para adaptarse.

Sin embargo, cuando se trata de cambios negativos, parece de rigor o al menos más eficaz, una inserción paulatina, gradual, de modo que a través de una evolución sutil y continuada, se pueda llegar al cambio real que finalmente se pretende instaurar.

Una película que muestra de manera muy gráfica esta situación (además de otras grandes virtudes del film, amén de las eventuales divergencias históricas) es “El Pianista”. Allí, el protagonista, sufre con incertidumbre la invasión nazi en Polonia. La gente no sabe bien que cosas van a cambiar o si es que iba a darse algún cambio. Entonces, se toman las primeras medidas tales como la prohibición de la concurrencia de los judíos a ciertos lugares públicos o el hecho de que debieran caminar por la calle y no por la vereda como el resto de las personas. Ya fuere por la esperanza de que ese hecho no perdurara en el tiempo, o por lo viable de adaptarse a ello, la gente asimiló este cambio sin advertir que no era nada en comparación con lo que realmente se pensaba instaurar.

Nuevas medidas fueron instrumentándose luego, más severas, como el uso obligatorio de la estrella de David para la distinción (noten que no he dicho discriminación, sino “distinción”) de los judíos, o el traslado en masa de todos hacia un lugar dónde se suponía serían reubicados, sucediendo más tarde lo que todos ya sabemos. Pero claro, para llegar a este cambio tan brusco como el de tener que verse obligados a abandonar sus casas, incluso cooperando para ello, la gente había ido asimilando previamente una serie de cambios que de alguna forma la habían dejado más predispuesta para aceptar este hecho, que seguramente hubiera encontrado gran resistencia si hubiera sido el primero en intentar generarse.

Así, a diario, una infinidad de casos como estos pasan inadvertidos para nosotros, y luego, se convertirán a través de la reiteración como algo “natural” a lo que finalmente nos adaptaremos.

Me pregunto que hubiera pasado antaño, cuando casi no habían robos, si nuestros abuelos se hubieran despertado y al salir a la calle se hubieran encontrado con todas las casas enrejadas como pasa hoy en día, o hubieran visto de un día para el otro la cantidad de niños que hoy viven en las calles o revolviendo los contenedores de basura. Existen, además del tiempo, muchos factores que facilitan la instrumentación de estos cambios, recursos intelectuales e inmorales como el de llamar “clasificadores” a los que revuelven la basura, una mejora notable con respecto a su antigua denominación, de “bichicome” que además de ser despectiva, nos remitía con mayor inmediatez al problema en cuestión que a toda costa se pretende ignorar; cosa que no sucede tan fácilmente al decir hurgador, ya que no produce el mismo rechazo por nuestro cerebro, en algunos casos incluso llega a no registrar esta información, o en los más domesticados, nos devuelve un dejo de imagen confusa pero de alguien feliz y ocupada en alguna digna y extraña labor.

Por todo esto, pienso que debemos ser muy críticos y tener toda nuestra sensibilidad al servicio de este cuidado, como un centinela que no descansa, consciente de los peligros que lo acechan frente a un descuido; predispuestos a alzar la voz o a detener la macha ante los menores indicios.




jueves, 30 de septiembre de 2010

¡No pasarán...!


Esta es una expresión, que para algunos suena familiar y a muchos el solo escucharla e incluso sin saber su origen, ya nos conmueve. Se trata de un postulado o eslogan, utilizado en muchas circunstancias para defender una posición contra un eventual agresor o enemigo.

Sus primera aparición nos remonta a Francia, a la Batalla del Verdún, durante la Primera Guerra Mundial, o más tarde en una adaptación utilizada en la placa de los uniformes de la Línea Maginot (línea de fortificación y defensa construida por Francia a lo largo de su frontera con Alemania e Italia, después del fin de la Primera Guerra Mundial). Con una traducción más asociada con «¡Ni un paso atrás!»

A pesar de este antecedente, sin dudas su mayor referencia nos lleva al Asedio de Madrid, durante la Guerra Civil Española, utilizado por Dolores Ibárruri Gómez, “La Pasionaria” (una de las fundadoras del Partido Comunista de España), que lo toma como consigna de guerra de un cartel del bando republicano realizado por el pintor Ramón Puyol. Después en la II Guerra Mundial, el famoso cartel y su frase serían también utilizados en los frentes aliados".

A menudo se ha respondido a esta expresión con un «Pasaremos». El eslogan de respuesta de la derecha, «Hemos pasado», lo acuñó el general Francisco Franco cuando sus fuerzas entraron finalmente en Madrid y la cantante Celia Gámez interpretó «Ya hemos pasao» en la que se burlaba del bando vencido.

También fue empleado en la revolución sandinista (que puso fin a la dictadura de Somoza en Nicaragua), bloqueando así las calles y no dejando pasar a la guardia nacional a barrios sandinistas. Por este suceso Carlos Mejía Godoy compuso una canción titulada «No pasarán».

¡No pasarán! ha llegado a ser un eslogan internacional antifascista y todavía se usa así en los círculos políticos de izquierda.

Creo que lo más conmovedor, es el sentimiento de hermandad, de fraternidad que despierta, todos unidos frente a un mismo destino, procurando resistir.

jueves, 17 de junio de 2010

El sueño del Sultán


No podemos precisar con certeza a partir de cuando irrumpieron esas imágenes por primera vez en sus sueños; quizá desde siempre; quizá desde que las plazas de Belgrado y Salankemen sucumbieron ante sus hombres; quizá al presenciar el horror de aquellos ojos ceniza que sintieron el acero frío de Solimán en sus entrañas.
Una noche de luna nueva en que (como tantas otras), se resistía a ceder ante los designios del sueño para evitar dar vida al conquistador, comprendió que su existencia alimentaba la del Sultán otomano, y viceversa; llegando a la terrible conclusión de que ellos dos eran la misma persona. En la soledad de la noche, agradeció al hijo de Abdallah por aquella revelación, y decidió emprender viaje hasta las infranqueables murallas de Estambul, para dar fin a aquella existencia atroz; pero lo que el desconocía era que Solimán sabia de su existencia, y hacia años que andaba tras su rastro sin otro fin que dar muerte a ese despreciable mercader damasceno que tanto perturbaba su sueño.
Confiado en el anonimato que le confería su turbante, y en el fabuloso parecido físico, no le extrañó cruzar sin dificultades la puerta de Andrinópolis llegando hasta los aposentos del sultán. Lo halló en penumbras, durmiendo un sueño de niño, lo descubrió vulnerable como jamás nadie lo había visto. Ávido de poder, cegado por ocupar su lugar y el dominio de las tierras, resolvió eliminarlo; pero Solimán el grande lo había soñado en la clandestinidad de la noche, cruzando el Trigris a bordo de una kufa, y así habría ordenado que la guardia le permitiese llegar hasta donde ahora se encontraba.
El mercader abrigó en su vientre la hoja fatal del puñal de su victima, antes de comprender que el sultán no dormía.

lunes, 14 de junio de 2010



¿Los inmorales nos han igualado o a los inmorales nos hemos igualado?

Según Dante la traición es el peor de los pecados que el hombre puede cometer, incluso peor que el asesinato, por ello ubica a los traidores en el círculo más profundo del infierno. Entiendo que podríamos agregar que no existe peor traición que la que uno se comete a sí mismo. La filosofía habla hasta el cansancio sobre uno de los principales retos existenciales del hombre: Ser fiel a sí mismo. Así, también las sociedades pueden traicionar su destino o ser fieles a él.

“En el mismo lodo todos manoseados”: Enrique Santos Discépolo reclama con indignación y amargura, que a nadie importa si nacimos honrados ya que da lo mismo ser derecho que traidor; y que cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón… da lo mismo el que labura, que el que mata o está fuera de la ley.

Vivimos tiempos de cambios, en los que si bien las condiciones parecen ser propicias para que finalmente puedan verse materializados esos cambios, es menester ser muy consientes que un paso en falso nos puede hacer retroceder varios casilleros o décadas, empujándonos nuevamente a esa especie de perpetuo aplazamiento. Muchos de estos cambios llevan años de postergación, pero esta postergación, esos años, no se deben entender sino sentir, ya que más allá de ese mero “tiempo físico, universal y falso que se mide con calendarios y relojes” está esa otra forma de comprenderlo, que es a través del centenar de vidas que han perecido luchando o esperando por esos cambios, tantas soledades, tantas añoranzas, tanta desolación, como quién muere luchando por alcanzar un ideal o durante la noche mientras aguarda, con frío o hambre, a que lleguen en su auxilio.

Resulta difícil poder explicar, que a cada hora que pasa, hay cientos de personas que se debaten entre la vida y la muerte, entre la dignidad o la ignominia, que procuran no claudicar, aferrados tan solo a su esperanza intentan resistir a la espera de alguno de estos cambios. Hay que ser consiente de ello, para poder comprender la gravedad de esta situación, la urgencia que amerita darle un buen uso a cada hora que pasa y la cautela de andar con pies de plomo a cada instante.

Volviendo a lo propicio de las circunstancias actuales, las sociedades en general y más aún las de América Latina, se encuentran frente a la posibilidad de poder concretar esos cambios tan añorados. Demás está explicar que en las sociedades modernas, la política es quizá el instrumento más importante para poder definir o no estos cambios (capitulo aparte sería analizar los factores que rodean a la política e inciden a favor o en su contra) En Uruguay “el azar” (así como “es obra del azar que sea yo quien escribe y usted quien lee estas líneas”) quiso que el “Frente Amplio” fuera quién esté al frente de su política en este momento tan propicio, favoreciendo más aún con su llegada la posibilidad de esta transformación.

Ya han pasado 6 años desde la asunción del Gobierno por el Frente Amplio, muchos cambios se han logrado, muchas son las cosas que se han hecho, esto es sabido y celebrado, pero no por ello vamos a dejar de observar: que no alcanza. Aquí es dónde cientos de dedos acusadores señalan al que osa criticar, exigen silencio con el mismo autoritarismo que antes despreciaban. Lo miran a uno con el aire de reproche con que se escruta a quien se atreve a cuestionar el accionar divino o la imperfección de nuestros padres. Se apresuran a refutar los cuestionamientos utilizando las excusas o argumentos que antes solían no ser válidas por respuesta (la pulseada contra los poderes económicos, la burocracia institucional, la presión de las entidades internacionales, etc.), se sacan a relucir el mérito de los logros obtenidos tratando de llenar con ello el espacio de las cosas que aún faltan por hacer. Lo tildan a uno de ansioso, de incomprensivo y lo apartan “de la manada”. En definitiva: no se aceptan críticas.

La verdad de las cosas, “la razón objetiva de los acontecimientos”, requiere un capitulo aparte (que espero podamos abordar) y demostrar su existencia parece a priori más arduo que documentar la vida extra terrestre. Por ello, nos valdremos de la construcción teórica elaborada por la izquierda en nuestro país cuando aún no dirigían nuestra sociedad para cuestionar, según esa subjetividad, el curso actual de los hechos y advertir sobre lo que entiendo puede ser su mayor riesgo.

Es terrible advertir que los inmorales nos han igualado pero el riesgo más grande y quizá más difícil de advertir, es el de igualarse uno a los inmorales. ¿Qué pasa si uno cae preso de esa elaboración teórica moral que uno mismo había construido? Durante años hemos señalado, hemos denunciado, acusado, la inmoralidad de la pobreza, la inmoralidad de la corrupción, de la ostentación, del abuso de funciones, de la falta de transparencia, de justicia, el desdén y la falta de resolución de problemas que ameritaban una urgente respuesta, la desaprobación de lo que se entendía como parsimonia, la falta de medidas radicales o resolutivas.

Lamentablemente, con indignación y profunda amargura, notamos que en muchos casos hemos caído en la misma ostentación, en la misma altivez, en la misma soberbia, en absurdas discusiones, en distracciones banales, en la falta de resolución de problemas que ameritan una urgente respuesta, en el abuso de funciones, en la falta de transparencia, en actos de corrupción; cuestiones que nos sumen en el descrédito y en la infinita contradicción, poniendo en riesgo la oportunidad para los cambios tan deseados. Parece ser una tendencia propia del ser humano, que por naturaleza se manifiesta corrompible y proclive a ceder ante las tentaciones.

Con total normalidad se aceptan a diario este tipo de hechos, de demostraciones, provocando poco a poco caer presos de esa medida que habíamos elaborado para encasillar a los inmorales, asemejándonos cada día un poco más a ellos. Lamentablemente no soy politólogo, ni me interesa, en cualquier partido político existen tropas de politólogos que parecen poseer la instrucción necesaria y sin duda la respectiva e infundada soberbia. Comprendo que los partidos están integrados por hombres y comparto que al igual que en cualquier institución pueden haber personas que obran equivocadamente, pero no comparto que no se tomen las medidas correctivas del caso y me escandaliza ver cuando quien se equivoca no son las personas sino la propia institución.

Tenemos ejemplos muchos, baste recordar alguno de los más recientes:

La forma en que se ha querido arengar a la gente en las elecciones Departamentales, quitando a la sociedad la posibilidad de optar en Montevideo por otro candidato que no sea “Ana”, dejando de total manifiesto el forcejeo, el afán desmedido y ambicioso por ser la representante de un determinado sector dentro del Frente quien asumiera dicho cargo. Por el amor de Dios, ¿quién es Ana? No tengo duda que ha de ser un gran ser humano, con un currículum de cuantiosas páginas e incontables méritos, ¿pero quién fuera de los propios militantes y sus familiares la conoce? Lo mismo daba a la opinión pública que se llamara Ana, Analía o Mandinga. Su imagen, su persona, no estaba ni por asomo preparada para la opinión pública, hasta fuera posible que tuviera mayores condiciones para alcanzar un mejor desempeño que los otros candidatos dentro del propio frente que pretendieron también llegar a ese cargo, pero lo que es seguro es que tenía menos reconocimiento público y afinidad con la gente que el que ya tenían otras personas como D. Martínez u otros. A los insulsos que piensan que esto fue exclusivamente lo que llevó al pronunciamiento del total de votos en blanco (y aquellos que aún con profundo malestar y luego de meditarlo mucho terminaron a su pesar por dar su voto al frente) a esos insulsos les aviso que van rumbo a un precipicio y lo que es peor es que arrastran consigo a mucha gente, a ellos les tiro una pista: este acontecimiento no fue más que la frutilla de la torta. Es inevitable comparar esa necedad con la eterna madrastra de Blancanieves que no quería conocer la verdad. El poder corrompe y enceguece: pensar que por ser mayoría dentro de un partido político, representan la mayoría de la sociedad, no solo es un error sino que se asemeja mucho al accionar soberbio y autoritario que antes se despreciaba. Esto es tan objetivo cómo que uno más uno es dos: si suman toda la gente dentro del propio partido que no pertenece a dicho grupo mayoritario y a eso le suman la gente que pertenece a los otros partidos, se pierde por goleada. Ya está, hay que tomarlo como una revelación y actuar según lo que quiere la mayoría real de la gente, no solo lo en función de la voluntad de unos pocos que llegan a determinada conclusión luego de incansables discusiones, haciendo alarde de unas teorías tan fantásticas y solemnes como ajenas a la realidad. Hay que entender que actuar de esa manera es pan para hoy y hambre para mañana. Los que piensen alcanzar muchas otras conquistas políticas bajo esa modalidad, es preferible que se dediquen a la orfebrería. Este es el segundo gran llamado de atención que hay a nivel electoral.

Peor aún fue la campaña política; lo que parecía ser un slogan pegadizo (una mujer para el frente… por el frente, que tiene mucha frente y que es del Frente que no ni no! Así que a quién vas a votar eh??) fue el anticipo de una campaña no solo carente de argumentos sino también indignante. Se dirá que había un plan de trabajo muy elaborado, que “Ana” habló muchas veces sobre sus proyectos y demás. Si, si, todo muy lindo pero lo que al ciudadano común y corriente le llegó fueron algunos de estos grandes argumentos: - (La voz de una anciana diciendo): “Yo la voy a votar porque escuché que anda en ómnibus, y eso es muy importante porque es una de las cosas que hay que mejorar y seguro ella lo va a hacer”. Comparado con esto, “Hey, vótalo a Ney” subestima muchísimo menos a la población. Por lo menos este slogan no pretende tener argumentos que no en realidad no contiene. La propaganda de Ana, que parecía querer convencernos subestimando al electorado, nos inducía a votar basados en nada: En que quedamos, ¿anda o no anda en ómnibus? ¿Piensa solucionar el tema del transporte o es la presunción de una viejita? Parece aún más difícil redimir las otras grabaciones, como esa de un muchacho que decía que le encantaba la idea de tener una intendenta mujer y remataba con una estupidez similar a “y mirá la ciudad que tenemos”. Una propaganda que dijera a secas “Vote a Ana” hubiera sido más honesta y menos ofensiva. Se utilizó en esa campaña la misma estrategia que antes tanto se despreciaba.

Peor aún ese imbécil que pedía ser votado para ser Edil y a cambio prometía raparse. No dudamos en sentenciar de inmoral la estrategia del Partido Colorado cuando intentaron captar votos subestimando ciertos estratos sociales utilizando a un muchacho denominado “Peluca”, pero aceptamos con naturalidad que se utilice a este individuo para captar los votos de los jóvenes. Va un aviso: Joven no es sinónimo de estúpido. ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría votar a una persona que adquiere notoriedad pública haciendo la promesa electoral de raparse? Me preocupa más aún que nadie dentro del Frente lo haya llamado al silencio y se le haya permitido malgastar dinero haciendo campaña que solo se podía volver en contra (hasta en la Tele apareció!). ¿Qué se ha pensado ese gusano que es ser Edil? ¿Ganarse la lotería? Da la sensación que así es. Lo mejor que puede hacer ese chico por el Frente Amplio es comenzar a militar en la oposición.

La misma lucha de ambiciones evidenciada en las elecciones Departamentales fue la que hubo en las anteriores elecciones Presidenciales poniéndose en juego la continuidad del plan de Gobierno iniciado por Tabaré Vázquez. Un resultado que pudo haberse asegurado casi un año antes de realizada la elección, se puso en riesgo ya que mientras dentro del Frente los distintos sectores presionaban entre sí y se disputaban la dirección del próximo Gobierno, la oposición se vio favorecida fortaleciendo su imagen ante la opinión pública. Finalmente el candidato designado, no lograba la misma aceptación fuera del Frente Amplio, como antes lo hizo el Dr. Vázquez, debiendo ser necesario esperar hasta pasada la semana luego de realizada las elecciones, cruzar los dedos y contabilizar hasta los votos que se hubieran caído de la mesa para determinar si se había conseguido la mayoría parlamentaria.

No es la idea hacer un recuento minucioso y tedioso de los errores del gobierno de turno; me vale el uso tan solo ciertos casos para ejemplificar el llamado de atención que, humildemente y con el poder que me confiere ser un ciudadano, me dispongo a realizar. Sería terrible una interrupción en esta etapa de cambios, pero está más cerca de lo que mucho de los ilustrados de turno piensan. Se puede perder jugando al ajedrez contra un buen contrincante, pero también se puede perder solo. Ser un funcionario público es cosa seria, mientras se ejerce la función hay cientos o miles de personas que dependen de uno, por ello hay que evitar la tentación de hacer declaraciones absurdas, de bailar parado en las mesas, de exponer fotos de uno mientras se baña, de utilizar el espacio público para defender a un amigo que ha metido la mano en la lata, de proponer feriados o cambios horarios para ver el mundial, etcétera; esto no es una fiesta. Yo puedo trabajar en un quiosco y el resto del tiempo hacer lo que me de la gana sin necesidad de rendir cuentas o dar explicaciones (sin caer en la ilicitud, claro). Un Ministro no. Se debe guardar la compostura incluso “fuera de horario”, para demostrar que se es conciente de la gravedad del mandato que se les ha conferido. Si las cosas funcionan mal (hay gente que padece un sistema de salud deficiente, homicidios sin resolver, gente sin acceso al trabajo, etc.) y me ando comportando como si fuera la reina del Corso, entonces yo entiendo mal y ese botija que prometía raparse andaba en lo cierto.

Comprendo el Proceso Histórico que nos ha llevado a la situación actual y que de muchas maneras obstaculiza la posibilidad de generar ciertos cambios. Aún así hay muchísimas cosas que se podrían haber cambiado, que hacen a lo cotidiano de la gente e instrumentarlas no costaría un peso al Estado: Está bárbaro el boleto de dos horas, pero de nada me sirve si la gente sigue viajando como ganado, si no puedo viajar porque el guarda se pone violento y me hace bajar porque no tiene cambio de cincuenta pesos, o porque el ómnibus no me para al ver que soy el único cristiano en la parada, o porque viene lleno y pasan tres, cuatro ómnibus sin parar, y llego tarde al trabajo, y todos los días lo mismo, y si quiero quejarme, avisar lo que ocurre, debo llamar a la propia compañía de ómnibus. Cualquier trámite es horrible, a uno lo tratan con autoritarismo, con desdén; desde la persona que reparte los números, el que atiende en ventanilla, todos parecen gozar de una impunidad propia de quien reviste un poder divino. Sigue habiendo un concepto equivocado de que los servicios son gratis y los salarios del funcionario público los paga Montoto; que haga la cola le digo, que ya le dije que lo vamos a llamar, y podes morirte esperando como un personaje de Kafka. No podemos exigir eficiencia, tampoco podemos esperar eficiencia en la respuesta a nuestro reclamo: obtener una solución a una situación que nos perjudica sigue pareciendo solo posible si conocemos a alguien. Pueden pasar meses, podes patear lo que quieras, pero nada. Aquí los procesos internos de la actividad privada (en lo que refiere a la prestación de servicios y el control de los mismos) parece un ideal imposible de alcanzar. ¿Por qué si hago una consulta en La Española me responden como a una persona y si hago el mismo intento en el Maciel me responden como si fuera Gregorio Samsa transformado? O debo permanecer frente a la ventanilla al frente de una larga fila, mientras del otro lado conversan de lo que han hecho el fin de semana hasta que se dignan a atenderme. Ejemplos de estos existen una infinidad.

Me permito ser crítico por temor, por bronca, porque me duele la vanidad, por respeto a los que ya no están y lucharon por esta posibilidad, por respeto a los que esperan, a los que intentan resistir, porque hace frío y hay desamparada en las calles, porque hoy como ayer hay que redoblar, porque escucho a Alfredo que apesadumbrado desde lejos me reclama “que el que no cambia todo, no cambia nada”.

Borges de niño tenía miedo de los espejos, temía que le mostraran un rostro que no era el suyo. Aseguran que se negaba a dormir en una habitación con un espejo adentro. Dolina nos advierte sobre la tentación de confundir la realidad, “puede suceder que una mano malvada empieza a fabricar espejos que deforman, espejos que no devuelven la verdad sino la mentira. Así, uno se levanta de mañana, se va a afeitar y uno que se sabe morocho, ve en el espejo una persona rubia distinta a la que es uno. Pero prevalece la confianza que uno tiene al espejo por encima de la realidad. Y uno que ha vivido una morocha vida durante tantos años, entre amigos morochos y de familia morocha se ve rubio en el espejo y empieza a asumir rubias conductas. Incurrimos en el error de creernos rubios y pensar como rubios, siendo que somos morochos. Sería mejor, entonces, más que mirar el espejo; preguntarle al de al lado, al que también es morocho y que vive como nosotros a ver como nos ve, que le pasa, que siente. Y mirar entonces mas la realidad y menos el espejo de la realidad”. Será momento de cuestionarse, si no habremos incurrido también en el error de adoptar conductas y pensamientos que no son acorde a nuestra propia identidad.

Nota: Cuando decidí armar este blog, me propuse tratar temas variados que procuraran alcanzar, aunque solo fuera por fugaces o casuales momentos, el ejercicio intelectual de temas filosóficos, históricos, cotidianos, etc., evitando incurrir en pormenores políticos. Inconscientemente el hombre cae a menudo preso de sus contradicciones… Quise mencionar apenas un par de casos de nuestra vida política para graficar el tema de este blog y terminé profundizando más de lo que hubiera querido en el tema. Espero pueda rescatarse el dilema planteado, como un riesgo al que el hombre se expone en los distintos aspectos de su vida social en general.