¿Los inmorales nos han igualado o a los inmorales nos hemos igualado?
Según Dante la traición es el peor de los pecados que el hombre puede cometer, incluso peor que el asesinato, por ello ubica a los traidores en el círculo más profundo del infierno. Entiendo que podríamos agregar que no existe peor traición que la que uno se comete a sí mismo. La filosofía habla hasta el cansancio sobre uno de los principales retos existenciales del hombre: Ser fiel a sí mismo. Así, también las sociedades pueden traicionar su destino o ser fieles a él.
“En el mismo lodo todos manoseados”: Enrique Santos Discépolo reclama con indignación y amargura, que a nadie importa si nacimos honrados ya que da lo mismo ser derecho que traidor; y que cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón… da lo mismo el que labura, que el que mata o está fuera de la ley.
Vivimos tiempos de cambios, en los que si bien las condiciones parecen ser propicias para que finalmente puedan verse materializados esos cambios, es menester ser muy consientes que un paso en falso nos puede hacer retroceder varios casilleros o décadas, empujándonos nuevamente a esa especie de perpetuo aplazamiento. Muchos de estos cambios llevan años de postergación, pero esta postergación, esos años, no se deben entender sino sentir, ya que más allá de ese mero “tiempo físico, universal y falso que se mide con calendarios y relojes” está esa otra forma de comprenderlo, que es a través del centenar de vidas que han perecido luchando o esperando por esos cambios, tantas soledades, tantas añoranzas, tanta desolación, como quién muere luchando por alcanzar un ideal o durante la noche mientras aguarda, con frío o hambre, a que lleguen en su auxilio.
Resulta difícil poder explicar, que a cada hora que pasa, hay cientos de personas que se debaten entre la vida y la muerte, entre la dignidad o la ignominia, que procuran no claudicar, aferrados tan solo a su esperanza intentan resistir a la espera de alguno de estos cambios. Hay que ser consiente de ello, para poder comprender la gravedad de esta situación, la urgencia que amerita darle un buen uso a cada hora que pasa y la cautela de andar con pies de plomo a cada instante.
Volviendo a lo propicio de las circunstancias actuales, las sociedades en general y más aún las de América Latina, se encuentran frente a la posibilidad de poder concretar esos cambios tan añorados. Demás está explicar que en las sociedades modernas, la política es quizá el instrumento más importante para poder definir o no estos cambios (capitulo aparte sería analizar los factores que rodean a la política e inciden a favor o en su contra) En Uruguay “el azar” (así como “es obra del azar que sea yo quien escribe y usted quien lee estas líneas”) quiso que el “Frente Amplio” fuera quién esté al frente de su política en este momento tan propicio, favoreciendo más aún con su llegada la posibilidad de esta transformación.
Ya han pasado 6 años desde la asunción del Gobierno por el Frente Amplio, muchos cambios se han logrado, muchas son las cosas que se han hecho, esto es sabido y celebrado, pero no por ello vamos a dejar de observar: que no alcanza. Aquí es dónde cientos de dedos acusadores señalan al que osa criticar, exigen silencio con el mismo autoritarismo que antes despreciaban. Lo miran a uno con el aire de reproche con que se escruta a quien se atreve a cuestionar el accionar divino o la imperfección de nuestros padres. Se apresuran a refutar los cuestionamientos utilizando las excusas o argumentos que antes solían no ser válidas por respuesta (la pulseada contra los poderes económicos, la burocracia institucional, la presión de las entidades internacionales, etc.), se sacan a relucir el mérito de los logros obtenidos tratando de llenar con ello el espacio de las cosas que aún faltan por hacer. Lo tildan a uno de ansioso, de incomprensivo y lo apartan “de la manada”. En definitiva: no se aceptan críticas.
La verdad de las cosas, “la razón objetiva de los acontecimientos”, requiere un capitulo aparte (que espero podamos abordar) y demostrar su existencia parece a priori más arduo que documentar la vida extra terrestre. Por ello, nos valdremos de la construcción teórica elaborada por la izquierda en nuestro país cuando aún no dirigían nuestra sociedad para cuestionar, según esa subjetividad, el curso actual de los hechos y advertir sobre lo que entiendo puede ser su mayor riesgo.
Es terrible advertir que los inmorales nos han igualado pero el riesgo más grande y quizá más difícil de advertir, es el de igualarse uno a los inmorales. ¿Qué pasa si uno cae preso de esa elaboración teórica moral que uno mismo había construido? Durante años hemos señalado, hemos denunciado, acusado, la inmoralidad de la pobreza, la inmoralidad de la corrupción, de la ostentación, del abuso de funciones, de la falta de transparencia, de justicia, el desdén y la falta de resolución de problemas que ameritaban una urgente respuesta, la desaprobación de lo que se entendía como parsimonia, la falta de medidas radicales o resolutivas.
Lamentablemente, con indignación y profunda amargura, notamos que en muchos casos hemos caído en la misma ostentación, en la misma altivez, en la misma soberbia, en absurdas discusiones, en distracciones banales, en la falta de resolución de problemas que ameritan una urgente respuesta, en el abuso de funciones, en la falta de transparencia, en actos de corrupción; cuestiones que nos sumen en el descrédito y en la infinita contradicción, poniendo en riesgo la oportunidad para los cambios tan deseados. Parece ser una tendencia propia del ser humano, que por naturaleza se manifiesta corrompible y proclive a ceder ante las tentaciones.
Con total normalidad se aceptan a diario este tipo de hechos, de demostraciones, provocando poco a poco caer presos de esa medida que habíamos elaborado para encasillar a los inmorales, asemejándonos cada día un poco más a ellos. Lamentablemente no soy politólogo, ni me interesa, en cualquier partido político existen tropas de politólogos que parecen poseer la instrucción necesaria y sin duda la respectiva e infundada soberbia. Comprendo que los partidos están integrados por hombres y comparto que al igual que en cualquier institución pueden haber personas que obran equivocadamente, pero no comparto que no se tomen las medidas correctivas del caso y me escandaliza ver cuando quien se equivoca no son las personas sino la propia institución.
Tenemos ejemplos muchos, baste recordar alguno de los más recientes:
La forma en que se ha querido arengar a la gente en las elecciones Departamentales, quitando a la sociedad la posibilidad de optar en Montevideo por otro candidato que no sea “Ana”, dejando de total manifiesto el forcejeo, el afán desmedido y ambicioso por ser la representante de un determinado sector dentro del Frente quien asumiera dicho cargo. Por el amor de Dios, ¿quién es Ana? No tengo duda que ha de ser un gran ser humano, con un currículum de cuantiosas páginas e incontables méritos, ¿pero quién fuera de los propios militantes y sus familiares la conoce? Lo mismo daba a la opinión pública que se llamara Ana, Analía o Mandinga. Su imagen, su persona, no estaba ni por asomo preparada para la opinión pública, hasta fuera posible que tuviera mayores condiciones para alcanzar un mejor desempeño que los otros candidatos dentro del propio frente que pretendieron también llegar a ese cargo, pero lo que es seguro es que tenía menos reconocimiento público y afinidad con la gente que el que ya tenían otras personas como D. Martínez u otros. A los insulsos que piensan que esto fue exclusivamente lo que llevó al pronunciamiento del total de votos en blanco (y aquellos que aún con profundo malestar y luego de meditarlo mucho terminaron a su pesar por dar su voto al frente) a esos insulsos les aviso que van rumbo a un precipicio y lo que es peor es que arrastran consigo a mucha gente, a ellos les tiro una pista: este acontecimiento no fue más que la frutilla de la torta. Es inevitable comparar esa necedad con la eterna madrastra de Blancanieves que no quería conocer la verdad. El poder corrompe y enceguece: pensar que por ser mayoría dentro de un partido político, representan la mayoría de la sociedad, no solo es un error sino que se asemeja mucho al accionar soberbio y autoritario que antes se despreciaba. Esto es tan objetivo cómo que uno más uno es dos: si suman toda la gente dentro del propio partido que no pertenece a dicho grupo mayoritario y a eso le suman la gente que pertenece a los otros partidos, se pierde por goleada. Ya está, hay que tomarlo como una revelación y actuar según lo que quiere la mayoría real de la gente, no solo lo en función de la voluntad de unos pocos que llegan a determinada conclusión luego de incansables discusiones, haciendo alarde de unas teorías tan fantásticas y solemnes como ajenas a la realidad. Hay que entender que actuar de esa manera es pan para hoy y hambre para mañana. Los que piensen alcanzar muchas otras conquistas políticas bajo esa modalidad, es preferible que se dediquen a la orfebrería. Este es el segundo gran llamado de atención que hay a nivel electoral.
Peor aún fue la campaña política; lo que parecía ser un slogan pegadizo (una mujer para el frente… por el frente, que tiene mucha frente y que es del Frente que no ni no! Así que a quién vas a votar eh??) fue el anticipo de una campaña no solo carente de argumentos sino también indignante. Se dirá que había un plan de trabajo muy elaborado, que “Ana” habló muchas veces sobre sus proyectos y demás. Si, si, todo muy lindo pero lo que al ciudadano común y corriente le llegó fueron algunos de estos grandes argumentos: - (La voz de una anciana diciendo): “Yo la voy a votar porque escuché que anda en ómnibus, y eso es muy importante porque es una de las cosas que hay que mejorar y seguro ella lo va a hacer”. Comparado con esto, “Hey, vótalo a Ney” subestima muchísimo menos a la población. Por lo menos este slogan no pretende tener argumentos que no en realidad no contiene. La propaganda de Ana, que parecía querer convencernos subestimando al electorado, nos inducía a votar basados en nada: En que quedamos, ¿anda o no anda en ómnibus? ¿Piensa solucionar el tema del transporte o es la presunción de una viejita? Parece aún más difícil redimir las otras grabaciones, como esa de un muchacho que decía que le encantaba la idea de tener una intendenta mujer y remataba con una estupidez similar a “y mirá la ciudad que tenemos”. Una propaganda que dijera a secas “Vote a Ana” hubiera sido más honesta y menos ofensiva. Se utilizó en esa campaña la misma estrategia que antes tanto se despreciaba.
Peor aún ese imbécil que pedía ser votado para ser Edil y a cambio prometía raparse. No dudamos en sentenciar de inmoral la estrategia del Partido Colorado cuando intentaron captar votos subestimando ciertos estratos sociales utilizando a un muchacho denominado “Peluca”, pero aceptamos con naturalidad que se utilice a este individuo para captar los votos de los jóvenes. Va un aviso: Joven no es sinónimo de estúpido. ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría votar a una persona que adquiere notoriedad pública haciendo la promesa electoral de raparse? Me preocupa más aún que nadie dentro del Frente lo haya llamado al silencio y se le haya permitido malgastar dinero haciendo campaña que solo se podía volver en contra (hasta en la Tele apareció!). ¿Qué se ha pensado ese gusano que es ser Edil? ¿Ganarse la lotería? Da la sensación que así es. Lo mejor que puede hacer ese chico por el Frente Amplio es comenzar a militar en la oposición.
La misma lucha de ambiciones evidenciada en las elecciones Departamentales fue la que hubo en las anteriores elecciones Presidenciales poniéndose en juego la continuidad del plan de Gobierno iniciado por Tabaré Vázquez. Un resultado que pudo haberse asegurado casi un año antes de realizada la elección, se puso en riesgo ya que mientras dentro del Frente los distintos sectores presionaban entre sí y se disputaban la dirección del próximo Gobierno, la oposición se vio favorecida fortaleciendo su imagen ante la opinión pública. Finalmente el candidato designado, no lograba la misma aceptación fuera del Frente Amplio, como antes lo hizo el Dr. Vázquez, debiendo ser necesario esperar hasta pasada la semana luego de realizada las elecciones, cruzar los dedos y contabilizar hasta los votos que se hubieran caído de la mesa para determinar si se había conseguido la mayoría parlamentaria.
No es la idea hacer un recuento minucioso y tedioso de los errores del gobierno de turno; me vale el uso tan solo ciertos casos para ejemplificar el llamado de atención que, humildemente y con el poder que me confiere ser un ciudadano, me dispongo a realizar. Sería terrible una interrupción en esta etapa de cambios, pero está más cerca de lo que mucho de los ilustrados de turno piensan. Se puede perder jugando al ajedrez contra un buen contrincante, pero también se puede perder solo. Ser un funcionario público es cosa seria, mientras se ejerce la función hay cientos o miles de personas que dependen de uno, por ello hay que evitar la tentación de hacer declaraciones absurdas, de bailar parado en las mesas, de exponer fotos de uno mientras se baña, de utilizar el espacio público para defender a un amigo que ha metido la mano en la lata, de proponer feriados o cambios horarios para ver el mundial, etcétera; esto no es una fiesta. Yo puedo trabajar en un quiosco y el resto del tiempo hacer lo que me de la gana sin necesidad de rendir cuentas o dar explicaciones (sin caer en la ilicitud, claro). Un Ministro no. Se debe guardar la compostura incluso “fuera de horario”, para demostrar que se es conciente de la gravedad del mandato que se les ha conferido. Si las cosas funcionan mal (hay gente que padece un sistema de salud deficiente, homicidios sin resolver, gente sin acceso al trabajo, etc.) y me ando comportando como si fuera la reina del Corso, entonces yo entiendo mal y ese botija que prometía raparse andaba en lo cierto.
Comprendo el Proceso Histórico que nos ha llevado a la situación actual y que de muchas maneras obstaculiza la posibilidad de generar ciertos cambios. Aún así hay muchísimas cosas que se podrían haber cambiado, que hacen a lo cotidiano de la gente e instrumentarlas no costaría un peso al Estado: Está bárbaro el boleto de dos horas, pero de nada me sirve si la gente sigue viajando como ganado, si no puedo viajar porque el guarda se pone violento y me hace bajar porque no tiene cambio de cincuenta pesos, o porque el ómnibus no me para al ver que soy el único cristiano en la parada, o porque viene lleno y pasan tres, cuatro ómnibus sin parar, y llego tarde al trabajo, y todos los días lo mismo, y si quiero quejarme, avisar lo que ocurre, debo llamar a la propia compañía de ómnibus. Cualquier trámite es horrible, a uno lo tratan con autoritarismo, con desdén; desde la persona que reparte los números, el que atiende en ventanilla, todos parecen gozar de una impunidad propia de quien reviste un poder divino. Sigue habiendo un concepto equivocado de que los servicios son gratis y los salarios del funcionario público los paga Montoto; que haga la cola le digo, que ya le dije que lo vamos a llamar, y podes morirte esperando como un personaje de Kafka. No podemos exigir eficiencia, tampoco podemos esperar eficiencia en la respuesta a nuestro reclamo: obtener una solución a una situación que nos perjudica sigue pareciendo solo posible si conocemos a alguien. Pueden pasar meses, podes patear lo que quieras, pero nada. Aquí los procesos internos de la actividad privada (en lo que refiere a la prestación de servicios y el control de los mismos) parece un ideal imposible de alcanzar. ¿Por qué si hago una consulta en La Española me responden como a una persona y si hago el mismo intento en el Maciel me responden como si fuera Gregorio Samsa transformado? O debo permanecer frente a la ventanilla al frente de una larga fila, mientras del otro lado conversan de lo que han hecho el fin de semana hasta que se dignan a atenderme. Ejemplos de estos existen una infinidad.
Me permito ser crítico por temor, por bronca, porque me duele la vanidad, por respeto a los que ya no están y lucharon por esta posibilidad, por respeto a los que esperan, a los que intentan resistir, porque hace frío y hay desamparada en las calles, porque hoy como ayer hay que redoblar, porque escucho a Alfredo que apesadumbrado desde lejos me reclama “que el que no cambia todo, no cambia nada”.
Borges de niño tenía miedo de los espejos, temía que le mostraran un rostro que no era el suyo. Aseguran que se negaba a dormir en una habitación con un espejo adentro. Dolina nos advierte sobre la tentación de confundir la realidad, “puede suceder que una mano malvada empieza a fabricar espejos que deforman, espejos que no devuelven la verdad sino la mentira. Así, uno se levanta de mañana, se va a afeitar y uno que se sabe morocho, ve en el espejo una persona rubia distinta a la que es uno. Pero prevalece la confianza que uno tiene al espejo por encima de la realidad. Y uno que ha vivido una morocha vida durante tantos años, entre amigos morochos y de familia morocha se ve rubio en el espejo y empieza a asumir rubias conductas. Incurrimos en el error de creernos rubios y pensar como rubios, siendo que somos morochos. Sería mejor, entonces, más que mirar el espejo; preguntarle al de al lado, al que también es morocho y que vive como nosotros a ver como nos ve, que le pasa, que siente. Y mirar entonces mas la realidad y menos el espejo de la realidad”. Será momento de cuestionarse, si no habremos incurrido también en el error de adoptar conductas y pensamientos que no son acorde a nuestra propia identidad.
Nota: Cuando decidí armar este blog, me propuse tratar temas variados que procuraran alcanzar, aunque solo fuera por fugaces o casuales momentos, el ejercicio intelectual de temas filosóficos, históricos, cotidianos, etc., evitando incurrir en pormenores políticos. Inconscientemente el hombre cae a menudo preso de sus contradicciones… Quise mencionar apenas un par de casos de nuestra vida política para graficar el tema de este blog y terminé profundizando más de lo que hubiera querido en el tema. Espero pueda rescatarse el dilema planteado, como un riesgo al que el hombre se expone en los distintos aspectos de su vida social en general.