Siempre me ha preocupado un hecho que acontece a diario en la sociedad, y es como pueden generarse grandes cambios (de aquellos que perjudican a la gente) si son introducidos gradualmente. Cambios que si se produjeran de un modo más radical provocarían un rechazo de inmediato, que impediría por completo su continuidad o fijación, pero que al ser insertados de una manera dosificada, consiguen ir introduciéndose en la sociedad hasta que ya es demasiado tarde para impedirlo o lo que es aún peor, terminan siendo asimilados como algo natural.
Seguramente los psicólogos sepan explicar o fundamentar con alguna doctrina este acontecimiento; pero si nos aventuramos un poco en el tema, podemos advertir algunas cuestiones, como lo innecesario de esto si el cambio en cuestión fuera un cambio positivo, ya que podría darse de un momento a otro que la gente lo asimilaría de buena manera, sin necesidad de tiempo para adaptarse.
Sin embargo, cuando se trata de cambios negativos, parece de rigor o al menos más eficaz, una inserción paulatina, gradual, de modo que a través de una evolución sutil y continuada, se pueda llegar al cambio real que finalmente se pretende instaurar.
Una película que muestra de manera muy gráfica esta situación (además de otras grandes virtudes del film, amén de las eventuales divergencias históricas) es “El Pianista”. Allí, el protagonista, sufre con incertidumbre la invasión nazi en Polonia. La gente no sabe bien que cosas van a cambiar o si es que iba a darse algún cambio. Entonces, se toman las primeras medidas tales como la prohibición de la concurrencia de los judíos a ciertos lugares públicos o el hecho de que debieran caminar por la calle y no por la vereda como el resto de las personas. Ya fuere por la esperanza de que ese hecho no perdurara en el tiempo, o por lo viable de adaptarse a ello, la gente asimiló este cambio sin advertir que no era nada en comparación con lo que realmente se pensaba instaurar.
Nuevas medidas fueron instrumentándose luego, más severas, como el uso obligatorio de la estrella de David para la distinción (noten que no he dicho discriminación, sino “distinción”) de los judíos, o el traslado en masa de todos hacia un lugar dónde se suponía serían reubicados, sucediendo más tarde lo que todos ya sabemos. Pero claro, para llegar a este cambio tan brusco como el de tener que verse obligados a abandonar sus casas, incluso cooperando para ello, la gente había ido asimilando previamente una serie de cambios que de alguna forma la habían dejado más predispuesta para aceptar este hecho, que seguramente hubiera encontrado gran resistencia si hubiera sido el primero en intentar generarse.
Así, a diario, una infinidad de casos como estos pasan inadvertidos para nosotros, y luego, se convertirán a través de la reiteración como algo “natural” a lo que finalmente nos adaptaremos.
Me pregunto que hubiera pasado antaño, cuando casi no habían robos, si nuestros abuelos se hubieran despertado y al salir a la calle se hubieran encontrado con todas las casas enrejadas como pasa hoy en día, o hubieran visto de un día para el otro la cantidad de niños que hoy viven en las calles o revolviendo los contenedores de basura. Existen, además del tiempo, muchos factores que facilitan la instrumentación de estos cambios, recursos intelectuales e inmorales como el de llamar “clasificadores” a los que revuelven la basura, una mejora notable con respecto a su antigua denominación, de “bichicome” que además de ser despectiva, nos remitía con mayor inmediatez al problema en cuestión que a toda costa se pretende ignorar; cosa que no sucede tan fácilmente al decir hurgador, ya que no produce el mismo rechazo por nuestro cerebro, en algunos casos incluso llega a no registrar esta información, o en los más domesticados, nos devuelve un dejo de imagen confusa pero de alguien feliz y ocupada en alguna digna y extraña labor.
Por todo esto, pienso que debemos ser muy críticos y tener toda nuestra sensibilidad al servicio de este cuidado, como un centinela que no descansa,
consciente de los peligros que lo acechan frente a un descuido; predispuestos a alzar la voz o a detener la macha ante los menores indicios.